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“Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En América hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá”, aseguraba Truman Capote de forma poco profética; pero es el pensamiento más acertado que se escuchado sobre esta mujer tan controversial, pionera y creadora de estereotipos en el mundo de la moda; porque es a ella a quien le debemos la figura casi diabólica que tenemos en menta cuando pensamos en una editora de moda.

 

Y es que después de un documental como “The eye has to travel” de 2011 (traducido como Diana Vreeland: La mirada educada), realizado por Lisa Immordino Vreeland, Bent-Jorgen Perlmutt, Frédéric Tcheng; donde podemos ver retratados la vida y el trabajo de Diana Vreeland, además de la gran influencia de la editora de moda en Harpers Bazaar; no podemos dejar de realizar una reseña biográfica de tan enigmática personalidad y mente.

 

Diana Vreeland fue editora de moda de Harper’s Bazaar entre 1936 y 1962 y directora de Vogue de 1962 a 1971. Pero eso no da idea de su trascendencia. Original y fantasiosa, sentó las bases de un cargo que hoy suscita respeto por su capacidad de influencia y poder, pero que nadie ejerce como ella. Convirtió las revistas de moda en un espectáculo en lugar de una guía de consejos.

 

 

 

VIDA

 

Diana Vreeland nace el 29 de Septiembre de 1903, en la Quinta avenida de Bois-deBoulogne (Avenida Foch desde la Primera Guerra Mundial), París; Francia. Bajo el nombre de  Diana Dalziel, siendo la hija primogénita de Emily Key Hoffman (1876-1928), favorita de la alta sociedad americana por su descendencia distinguida, línea directa del hermano de George Washington, así como era prima de Francis Scott Key; y de padre británico, Frederick Young Dalziel. Tenía una hermana menor, Alexandra (1907-1999), quien más tarde se casó con Sir Alexander Davenport Kinloch, el 12º Barón (1902-1982).

 

En 1914, la familia se trasladó a Nueva York. Allí se casó con Reed Vreeland y llevaron la clase de existencia, entre Europa y EE UU, que retrató Scott Fitzgerald. Con 30 años y dos hijos, volvió a Nueva York. Los Vreeland no eran ricos, pero habían mantenido un ritmo de vida trepidante en Londres, donde se beneficiaban de un dólar fuerte y de los descuentos que Chanel hacía a Diana. En Nueva York, Diana tuvo que empezar a trabajar.

 

Una noche, su traje blanco de encaje llamó la atención de Carmel Snow, directora de Harper’s Bazaar. Al día siguiente le ofreció trabajo. “Nunca he estado en una oficina, ni me he vestido antes de mediodía”, protestó Diana. “Pero pareces saber mucho de ropa”, respondió Snow. Así nació, en 1936, la columna Why don’t you?, un reflejo de la mente anárquica e inventiva de Vreeland donde que abogaba por hacer las cosas más disparatadas.

 

Christopher Hemphill calificaba su discurso de rococó: “Su voz casi te permite ver las cursivas cuando habla, pero su elección de vocablos es todavía más atractiva”. “Como un poeta, da la impresión de inventarse su propia sintaxis”, escribió Jonathan Lieberson. “La fuente de esa poesía era un exagerado horror a lo prosaico, seña de identidad de una sacerdotisa de la moda”, asegura Judith Thurman.

 

Las frases lapidarias y la exigencia con sus empleados alimentaron una fama despótica que reflejaron los personajes de dos películas inspiradas en ella: Una cara con ángel (1957) y ¿Quién eres tú, Polly Magoo? (1966). Eso pasó a formar parte del código de la directora de revista moda –ahí está El diablo se viste de Prada (2006)–, pero el fotógrafo Richard Avedon la describía de forma más compleja: “Lo que presentaba no era lo que era. Prefería ser percibida como frívola. Trabajaba como un perro, pero no quería que se supiera. Vivió para la imaginación, regida por la disciplina, y creó una profesión nueva. Vreeland inventó la editora de moda. Antes eran señoras de sociedad que les ponían sombreros a otras como ellas”.

 

Cuando Vreeland no fue considerada para reemplazar a Carmel Snow como directora, empezó su desencuentro con la revista a la que había dotado de una identidad única de la mano de Avedon o Man Ray. En 1963, Vreeland dejó Harper’s Bazaar para dirigir Vogue. La revista, menos relevante, se convirtió en un fenómeno en sus manos. Supo incorporar los cambios de los años sesenta. Mick Jagger, Anjelica Huston, Twiggy o Ve­rushka encarnaron su alegato por la belleza de lo diferente.

 

Sus asistentes la sufrían. Pero lloraban por la noche y la adoraban por la mañana, como cuenta una de ellas en el documental. Vreeland sacó el primer bikini, "el mayor invento desde la bomba atómica". Y popularizó los vaqueros. "Desde la góndola no ha habido nada como los jeans", sentenció.

 

Descubrió a Lauren Bacall. Después de sacarla en portada, la llamaron de Hollywood. Estimuló a Richard Avedon, revolucionando su manera de pensar y trabajar. ¿Hagiografía? No, lo dice él en la película. Diana Vreeland también aconsejaba a Jacqueline Kennedy. La primera foto presidencial la publicó en Harper's, por la amistad que les unía.

 

Después de 26 años ganando 18.000 dólares anuales, le dieron un ridículo aumento de 1.000 dólares al año. Por eso escuchó la oferta de Vogue, a dónde se fue en 1962. Allí encumbró a Twiggy. Y dio voz a las modelos, convirtiéndolas en personalidades. Y a las personalidades, en modelos. La primera foto de Mick Jagger la publicó ella. "Lanzó a toda una generación", como dice Diana Von Fustenberg.

 

"Joven, ¿por qué no te dedicas a las extremidades? Haz zapatos o algo así", le sugirió a Manolo Blahnik, que también da su testimonio en el documental.

Verushka o Lauren Hutton fueron otros descubrimientos suyos. Nada que ver con las modelos de la época. Tenía un gusto por lo extremo, en palabras de Anjelica Huston. "Ensalza sus defectos", ordenaba a los fotógrafos. Una nariz grande o unos dientes separados sumaban puntos en su canon estético.

 

Las primeras grandes producciones de moda se le ocurrieron a ella. Cinco semanas en Japón para un editorial. Amén de pirrarle el lujo extremo, también entendía la genialidad de lo vulgar. O la sutileza de Irving Penn.

 

“Se convirtió en el arquetipo y estereotipo de una editora de moda”, escribe el diseñador Marc Jacobs en el prólogo de Allure. “Nadie ha sido como ella. Ha habido personalidades fuertes, pero no ha habido otra Diana Vreeland. Anna Wintour es igual de poderosa, si no más poderosa. Pero es diferente. El espíritu de descubrimiento y la celebración de lo singular y nuevo es lo que hace a una gran editora. Mrs. Vreeland fue pionera en esa clase de acercamiento”.

 

Con la llegada de los años setenta, debido a los gastos –tan extraordinarios como su imaginación– y a una nueva consumidora, Vogue despidió a Vreeland. Fue remplazada por su asistente, Grace Mirabella, quien pintó de beis su oficina roja. Ella se reinventó en un último personaje. Entre 1972 y 1989 fue consultora del Costume Institute del museo Metropolitano y organizó exposiciones que atrajeron un número insólito de visitantes. También en eso le ha tomado el testigo Anna Wintour, actual directora de Vogue.

Diana Vreeland

 
Arquetipo y estereotipo de una editora de moda
 

“Un vestido nuevo no te conduce a ninguna parte. Lo que importa es la vida que llevas con ese vestido”

Imagen de la izquierda: Diana trabajando junto a Richard Avedon. Fotografía de Abajo: Junto Andy Warhol.

Fuentes: WEB: Elpais.com, Elmundo.es, Filmaffinity.com.

Por: LB

@LidROgue

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